Es posible que a alguno de ustedes alguna vez le haya tocado algún premio que, finalmente, le ha supuesto un desembolso superior al valor de lo recibido. O le hayan regalado una mascota que requiere de su tiempo y le cuesta dinero mantener. O te han invitado a ir a algún sitio con la doble intención de que lleves a quien te invita o a alguna otra persona. O que tu hijo te dice dos cosas bonitas y te da un beso y luego te pide la luna, y tú se la das.
Pues eso es lo que yo vengo a llamar un regalo envenenado o trampa.
Pero… ¡No seamos malpensados! No todos los premios, regalos, invitaciones ni besos llevan necesariamente aparejada esa letra pequeña de la que luego podemos arrepentirnos, o por lo menos sorprendernos.
Lo que sí es recomendable es pararnos de vez en cuando a reflexionar un poco en lo que hacemos, en las cosas que nos rodean, en qué es verdaderamente importante y qué accesorio, o en aquello que nos afecta en nuestra vida; aunque a veces se sufra al darte cuenta de los efectos secundarios.
Y, por otro lado, estamos tan preocupados en nuestro día a día, en nuestras cosas y las de quienes nos rodean, que la vida pasa y es posible que no nos estemos dando cuenta de que estamos siendo espectadores pasivos de lo que nos sucede en lugar de decisores activos, con lo que ello implica: dejarse llevar y equivocarse, o permitir que otro decidan por ti, y que además se equivoquen.
Comparto con ustedes una conversación imaginaria sobre la primera parte de este artículo:
“—¡Enhorabuena! ¡Qué suerte!
—Aaaahhh… supongo que te refieres a lo del viaje.
—Sí. No todos los días le toca a uno un crucero.
—¡Ya! Pero no me tengas envidia ni te alegres por mí.
—¿Y eso? No pareces contento.
—El premio tiene letra pequeña, además de letra no escrita.
—¿A qué te refieres?
—Pues a que no todo es tan bonito como parece desde fuera.
—No te entiendo.
—Pues que te impiden ir en temporada alta, ni aun pagando la diferencia. Tampoco eliges fechas ni camarote. Y para cualquier cuestión relacionada con el premio tienen que consultarlo en la sede y con la compañía antes de darte el visto bueno, porque según dicen tienen cupos, deben autorizarlo, y cosas por el estilo. Y así hemos estado más de dos meses.
—¿Entonces…?
—Fíjate si será que estuve por rechazarlo. Pero al final me voy. Y para poderme ir tengo que abonar las tasas de embarque y unos suplementos por no sé qué. Además, hemos hecho un seguro, y comprado el viaje hasta el punto de embarque,… más lo que arrastre en excursiones, bebidas y propinas. Total. Que me va a salir la broma por un ojo de la cara.
—¡Ostras! ¡Visto así…! ¡Qué putada que te haya tocado! ¿No?
—Pues sí. Y todo para un viaje que nunca me había atraído. Pero bueno…
—No sé qué decirte.
—Puedes acompañarme en el sentimiento”.
¡Qué tengan un buen día! ¡Y buen final de verano!
JF Rives
(Nota: Pueden visitar mi blog en el Diario Información digital: La habitación de los recuerdos).