SOCIEDADES ENFERMAS

Reconozco como una característica común al final de todas las civilizaciones humanas que nos han precedido la falta de cohesión territorial, las furibundas crisis económicas y conflictos sociales (además de los políticos), los desencuentros continuos entre líderes cuyos intereses están más dirigidos hacia su persona que hacia el bien común general, la opresión de otros pueblos que acaban rebelándose, el férreo control de los medios de difusión de cada época y su utilización partidista, sus relaciones del hombre con el medio, con el medio ambiente…

Y así trato de explicarme a mí mismo acontecimientos históricos como el nacimiento y la caída del Antiguo Egipto o del Imperio romano, la Reconquista cristiana, el desarrollo de la Edad Media en Europa, el ascenso del fascismo en Europa (y sus consecuencias), la colonización… Y hasta determinados aspectos la Guerra Civil española.

Sé que no es una forma científica de hacerlo, pero esa visión me ayuda a contextualizar cómo vivían los habitantes y sus dirigentes, cómo era su día a día, qué tipo de adversidades sufrían (peste, invasiones, hambrunas…), cómo era su economía, sus preocupaciones…

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El síndrome de Salomón.

El denominado síndrome o complejo de Salomón debe su nombre al psicólogo estadounidense Salomon Asch quien, a través de un estudio sobre la conducta humana, determinó que el individuo, en nuestra sociedad, vive condicionado por la opinión y las actuaciones de los demás. Es decir, que las personas no hacemos lo que queremos ni decimos lo que pensamos en muchas ocasiones por temor a que los demás nos consideren «raros”, se rían de nosotros, nos sintamos incomprendidos y/o ridiculizados, nos excluyan de sus círculos sociales, nos tachen de ser esto o lo otro, etc… Y todo ello aunque suponga no sacarle partido a todo el potencial que llevamos dentro, a nuestras habilidades, destrezas, capacidades y aptitudes…

En nuestro desarrollo personal y profesional, se entiende que alguien padece el síndrome de Salomon cuando toma decisiones o adopta comportamientos movido por el deseo de evitar sobresalir, destacar o brillar en un ámbito (familiar, laboral, social, etc); así como cuando nos obligamos a aceptar y seguir el camino marcado socialmente por la mayoría para no llamar la atención. Es decir, nos dejamos llevar por el corsé de lo socialmente establecido y aceptado (hay que salir de viaje en verano, hay que cambiar el coche por uno nuevo…), aunque a veces eso conlleve su anulación como personas, la ruina económica, o no sentirse completamente desarrollado como persona o como profesional.

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La leyenda de La Encantá.

Alrededor de la noche de San Juan existen numerosas leyendas, historias y costumbres. Días atrás, con motivo de tal día, un buen amigo me contaba su versión de la leyenda de La Encantá de Rojales.

Según él, cuenta la leyenda que un rey morisco sorprendió a su hija, una princesa de ojos azules y rubia cabellera, escapada de su fantástico castillo, entregándose a los placeres del amor con un joven príncipe cristiano por el bosque alrededor del Cabecico Soler (Rojales). Tras una pelea con el joven amante, el rey moro cayó herido y murió, no sin antes maldecir en su agonía a su hija con que viviría hasta su muerte en el monte y no volvería al castillo. Al mismo tiempo, hizo desaparecer su castillo con todos sus moradores dentro. Para deshacer tan terrible maleficio, la princesa debería despertar de su letargo, salir de ultratumba y ser llevada en brazos hasta el río, mojar sus pies e inmediatamente un nuevo encantamiento haría aparecer el castillo. Pero, por desgracia, esto solo podía pasar en la Noche de San Juan… una vez cada cien años. Y el espíritu del mal haría lo posible para que la doncella no llegara al río. De hecho, el caballero que ha de portar en brazos a la princesa, asustado y agotado, nunca consigue llegar a su destino, y el hechizo no se deshace nunca.

Le escuché atento, y cuando entendí que había terminado, le pregunté inocente:

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Pesadillas en un mundo hipócrita (¿Y si fueran nuestros hijos?)

  Anoche tuve una pesadilla. En ella, una de mis hijas abandonaba el hogar familiar persiguiendo su sueño hacia una vida mejor en un continente desconocido. Para ello, su familia la habíamos ayudado a sufragar los gastos de viaje, vendiendo lo poco que teníamos e incluso empeñándonos de por vida.

     En su camino, mi hija se tropezaba con otras personas, hombres y mujeres, niños, jóvenes y mayores que anhelaban el mismo sueño. Tras una larga y penosa travesía, salvando cientos de obstáculos, ella había llegado hasta la costa española donde esperaría a que saliera la próxima patera, a subirse a un contenedor de mercancías, o a que se organizase el próximo asalto a una valla para pasar al otro lado: a África.

     En mi pesadilla mi hija lo conseguía, aunque otros se quedaban atrás, o morían en el intento de las formas más inimaginables (ahogados en el mar, abandonados por traficantes de personas, tiroteados por policías, utilizados por organizaciones criminales para el tráfico de órganos, en un club de alterne,…).

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Deje de quejarse y actúe

Seguro que a alguno de ustedes les habrá pasado que tienen a su alrededor a personas que se siempre están quejándose en bucle por todo, pero que a su vez no hacen nada para cambiar su vida. Y a veces me ha dado la sensación de que estas personas con el mero hecho de trasladarnos sus preocupaciones o quejas les sirviese de alivio o descargo, a riesgo de contagiarnos de un estado de claro desánimo, pesadez, pesimismo, estrés…

A mí, personalmente, reconozco que ha habido situaciones como las descritas que me vacían de mi propio optimismo vital. De manera que cuando coincido con una persona que insiste en este tipo de comportamiento, trato de desviar las conversaciones, aunque sea hablar de fútbol, del colegio de los niños, de otras aficiones, del tiempo… con tal de no verme envuelto una y otra vez en esa tediosa repetición de quejas y más lamentos.

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Precipitarse puede acarrerarnos serios problemas.

Un alumno me contaba hace pocos días cómo su padre había perdido recientemente su trabajo. En resumen, el padre se había enterado a través de un conocido que su empresa buscaba a alguien para sustituirlo en un taller de vehículos. Y este trabajador, ofuscado por lo que creía iba a ser su despido inminente, se encaró con su jefe y “le cantó las cuarenta” (entiéndase que lo insultó) con muy malos modales. El caso es la empresa en cuestión buscaba sustituto de este empleado porque a este lo iban a ascender de puesto de trabajo, en lugar de despedirlo como había conjeturado él. El resultado ya lo saben.

Este suceso a mi me recordó una anécdota que contaba un amigo, que no sé si es o no cierta, pero era algo así: Un hombre estaba intentando sorprender a su esposa con un valioso regalo para lo que estaba ahorrando dinero a escondidas, con tan mala suerte que su mujer dio con el dinero y decidió dejarlo en el mismo lugar hasta ver qué ocurría con este, porque igual -pensó ilusionada- era para darle una sorpresa a ella. El caso es que la mujer comprobó que el dinero desapareció un día, su marido llegaba a veces a deshoras y no le explicaba bien de donde venía como si le ocultase algo a su esposa. Y claro, como la sorpresa que esperaba la esposa en un principio nunca llegaba, un buen día, convencida de que su marido la engañaba con otra mujer, nada más aparecer él por la puerta de casa se le embistió y le echó en cara su comportamiento al tiempo que le reconocía implícitamente “encendida de ira” una infidelidad de ella años atrás, completamente desconocida para el marido. De poco sirvió el coche nuevo que el marido le había comprado a su esposa y que le traía por sorpresa esa misma tarde.

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Inconsciencia o terrorismo al volante

Por diversos motivos soy uno de los millones de españoles que conduce un coche a diario.

Y desde hace tiempo, mucho tiempo, me preocupa sobremanera la cantidad de conductores que encuentro en la carretera que al mismo tiempo que dirigen sus vehículos van hablando por teléfono y whasaapeando con el teléfono móvil en la mano; con lo que ello conlleva para la seguridad vial (movimientos extraños, disminución repentina e velocidad, volantazos…).

A mí, que procuro conducir con el teléfono móvil guardado en mi bolso o fuera del alcance de mis manos, además de sorpresa, me causa estupor y enfado porque esos conductores no solamente se están jugando su vida y su integridad física, cosa ya de por sí francamente cuestionable, sino también la mía y la del resto de conductores, que es lo que aquí vengo a reprochar, ya que los demás nos podemos ver perjudicados severamente por sus consecuencias (y nuestras familias también).

Imagínense como alguien les explica a su familia que nunca más va a poder verlo porque un conductor iba entretenido con su móvil.

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