Anoche tuve una pesadilla. En ella, una de mis hijas abandonaba el hogar familiar persiguiendo su sueño hacia una vida mejor en un continente desconocido. Para ello, su familia la habíamos ayudado a sufragar los gastos de viaje, vendiendo lo poco que teníamos e incluso empeñándonos de por vida.
En su camino, mi hija se tropezaba con otras personas, hombres y mujeres, niños, jóvenes y mayores que anhelaban el mismo sueño. Tras una larga y penosa travesía, salvando cientos de obstáculos, ella había llegado hasta la costa española donde esperaría a que saliera la próxima patera, a subirse a un contenedor de mercancías, o a que se organizase el próximo asalto a una valla para pasar al otro lado: a África.
En mi pesadilla mi hija lo conseguía, aunque otros se quedaban atrás, o morían en el intento de las formas más inimaginables (ahogados en el mar, abandonados por traficantes de personas, tiroteados por policías, utilizados por organizaciones criminales para el tráfico de órganos, en un club de alterne,…).
Una vez en el continente africano, ese que nos habían ofrecido como de las oportunidades, la realidad era muy diferente a la imagen que de él teníamos. Mi hija, como otros tantísimos emigrantes, acaba durmiendo a la intemperie, discriminados por ser extranjeros y blancos, por no saber el idioma y no profesar su religión, viviendo hacinados en suburbios, trabajando como esclavos en actividades domésticas agrícolas o industriales, sin asistencia sanitaria, obligados a prostituirse, a robar, a mendigar…
Al despertarme estaba sudando, alterado. Sólo me pude tranquilizar cuando comprobé que mis hijas dormían plácidamente en sus habitaciones. Y como ya no podía dormir, estuve repasando mi pesadilla y meditando sobre la situación actual de la emigración forzada en el mundo, de sus devastadoras consecuencias y del drama que viven millones de personas y sus familias en su intento de llegar al “primer mundo”, y se me puso la piel de gallina.
Y no es sólo algo que ocurra aquí. Esa mismas situaciones de las que se hacen eco últimamente los medios de comunicación, que no deja de parecerme una catástrofe humanitaria de enormes proporciones, se repiten diariamente desde hace mucho tiempo en diferentes zonas del planeta de una forma similar: tren de la muerte que cruza Centroamérica hasta EE.UU., cruzar el desierto que separa Méjico y EEUU, en zonas de Oriente y Asia, etc.
Ustedes habrán tenido noticas sobre Y todo este gigantesco problema, que se viene repitiendo una y mil veces, parece que a pocas personas e instituciones les importan.
¿Y si fueran nuestros hijos? ¿Y si necesitamos de esos países, o de esos continentes, en un futuro? ¿Qué harían ellos?
Saquen sus propias conclusiones.
Como siempre, gracias por leerme.
JF Rives.
(NOTA: Recuerda que están puedes conocer sobre mí y lo que escribo en mi blog LA HABITACIÓN DE LOS RECUERDOS: www.lahabitaciondelosrecuerdos.com )