Me van a permitir explicarles brevemente con un ejemplo cómo concibo la vida y sus diferentes etapas.
En la estación de la vida puedes optar por esperar indefinidamente un tren que nunca acaba por llegar y dejar tu vida pasar. También puedes subirte a alguno de los trenes de los que paren en tu estación, o decidirte a saltar a las vías tras un tren que no paró pero que te empeñas en coger.
Una vez arriba del tren, puedes quedarte quieto o puedes avanzar por el vagón de mercancías y por el vagón turista hasta alcanzar el vagón preferente. Incluso puedes pretender ser tú quien dirijas el tren, y hasta conseguirlo. También cabe la posibilidad de que una vez hayas cruzado todo el tren, no estés conforme con la dirección del mismo o con tus compañeros de viaje, y decidas bajarte en una estación de descanso, o bien saltar a la vía tras otro tren. Y así continuar el viaje.
Así, tren tras tren, estación tras estación, va pasando la vida y sus diferentes etapas. A veces viajas solo, a veces acompañado; y no necesariamente los compañeros de viaje de un tren te acompañan por todos los vagones ni son los que viajan contigo en el siguiente tren.
Puede ocurrir que el tren en el que vas subido en un momento dado descarrile, o que haya un choque de trenes, con lo que ello supone.
Para mí, y es solo mi opinión, el error es quedarse en la estación sin decidirse a subir a ningún tren, y ver tu vida pasar. Aunque, claro, hay trenes engañosos, sobre todo en determinadas etapas de la vida, que te atrapan y no te dejan escapar fácilmente; al igual que puedes escoger compañeros de viaje dañinos y desnortados.
Y, sobre todo, la decisión de si coge o no un tren, a qué tren me subo, en qué parada me bajo, y quiénes queremos como compañeros de viaje, lo debemos tomar cada uno de nosotros en cada momento.
Pero… piensen ustedes sobre lo que acaban de leer.
Gracias a todos los lectores por estar ahí.
JF Rives