Actualmente puede verse en televisión una campaña publicitaria de una empresa financiera en la que se explica qué empujó a una mujer a estudiar Derecho y cómo tras haberse licenciado en esa rama del conocimiento y tras haber trabajado en alguna de las profesiones que se derivan de esos estudios, decide perseguir su sueño y monta un negocio relacionado con la jardinería. Además, a ella se la ve muy feliz y parece que quienes la rodean aplauden su valentía a la hora de tomar esas determinaciones que van a marcar su futuro.
Fuera del aspecto puramente comercial del anuncio, hay mucho más. Todos hemos tomado decisiones siendo todavía niños o inmaduros que han marcado nuestras vidas: si estudiar o trabajar, qué estudiar, aprender música para dedicarte a ello profesionalmente, compaginar trabajo y estudios, tener familia o desarrollarte profesionalmente, divorciarte,… y muchas veces hemos estado condicionados por nuestro entorno ambiental, por nuestras ilusiones, por nuestra percepción de las cosas,…. Como ven, en eso no digo nada nuevo.
El anuncio en cuestión me ha recordado a una compañera de carrera que, justo el sábado de septiembre de 2001 cuando hicimos nuestro último examen, celebrando que habíamos acabado la carrera, me dijo que ella iba a seguir estudiando ¡Bellas Artes!
En mi ámbito profesional llevo más de quince años entrevistando y asesorando a personas que desean comenzar una formación o ampliarla, encontrar un trabajo diferente,… En definitiva, cambiar su vida y la de quienes les rodean, tratando de que sea a mejor.
Sobre todo desde el comienzo de la crisis (años 2007/2008) insisto en que hay que distinguir lo que uno ha estudiado y en lo que uno ha trabajado de aquello que quiere estudiar o a lo que quiere dedicarse profesionalmente en un futuro (importante esto último para decidir lo primero). Es como una escalera en la que uno hoy cree estar seguro de que quiere llegar hasta su último peldaño (sea el que sea), y debe comenzar a dar pasos, y subir peldaños, hasta conseguir la cima; que no siempre es alcanzable, por cierto. Es más, en ese camino, es muy probable que cambiemos de parecer, que cambiemos de escalera (de tren, de compañeros de viaje,…) o que no sintamos realizados quedándonos quietos en algún peldaño en mitad de la escalera, si eso es lo que en ese momento queremos. En eso consiste la “calentura”: en saber qué es lo que de verdad queremos en cada momento, y en la voluntad de “sacrificarnos” lo necesario para conseguirlo. Es decir, por poner un ejemplo, a muchos les da envidia el horario, trabajo, sueldo y vacaciones de los maestros, pero las universidades están abiertas por igual y en las mismas condiciones a todo aquel que de verdad quiera conseguir trabajar en esa profesión: un título que se consigue tras varios años de esfuerzo personal y económico, unas oposiciones que suponen más de lo mismo, sustituciones y vacantes por todo el ámbito geográfico valenciano,…. Es más, a muchos de los que “ven los toros y jalean desde la barrera me gustaría verlos toreando”. Pero claro, es más fácil, criticar, no esforzarse por mejorar tu calidad de vida y la de tu familia, y no reaccionar (estarte quieto), viendo pasar tu vida sin hacer nada por cambiarla, sin tomar ningún tren, sin decidirte ni arriesgar,…
No. No me estoy liando. Tomen aire y lean poco a poco.
Si se dan cuenta, no solo todo lo anterior es aplicable al ámbito laboral, sino también al ámbito personal, familiar, etc…; y que muchas veces van de la mano ambas facetas de la vida.
Hace poco, unas tres semanas, de visita a la consulta del dermatólogo, el guardia de seguridad de la puerta del centro sanitario me saludó por mi nombre. Me quedé paralizado, porque su voz me sonaba familiar. Al detenerme, tras su traje reconocí a un compañero de universidad, un auténtico cerebrito y muy buena persona con el que coincidí en mi primer día de universidad y con quien compartí ese primer curso. Aunque, como con el paso de los años él avanzaba más rápido que yo, fuimos perdiendo el contacto, pero teníamos muy buena relación. Y acabó la carrera justo un año antes que yo, y le perdí la pista. Entonces yo no llevaba teléfono móvil, ni existían las Redes Sociales,… ni nada por el estilo. Después de saludarlo y preguntarle por su vida, me dijo que tras un tiempo formándose para la abogacía y ejerciendo, había decidido que no le gustaba, que prefería tener un sueldo, un horario, acabar su jornada y despreocuparse de todo, tener tiempo para estar con su familia,… Y que había hecho un kit-kat en su vida de varios años para disfrutar de la vida. No solo eso, sino cuando trató de disculparse porque, según él, en alguna ocasión me negó unos apuntes de “lo que diablos fuera y por el motivo que fuese” sujeté con mis manos su hombros, lo miré a los ojos y le dije “que yo no recordaba nada de eso y que si fue así que lo olvidara, como yo lo había olvidado”. El tiempo que compartí con él, o los recuerdos que conservo veinte años después, valen infinitamente más que cualquier detalle o incidente que pudiera haber ocurrido.
Ayer, en un centro comercial de Elche, se me acercó una mujer joven dispuesta a darme dos besos, sin haberla reconocido yo hasta que la escuché hablar. Después de recordar los meses que estuvo a mi cargo años atrás, y de las batallitas que libramos, me contó que se había dejado el ejercicio profesional de la abogacía, que tenía claro qué le gustaba y que había apostado por conseguirlo, aunque no tenga que ver con su formación anterior, a pesar de que algunos a su alrededor no la comprendieran. Le quedó claro que yo sí la entiendo, que uno estudia con 15 años algo, entra en la universidad y hace una carrera sin tener quizá la madurez suficiente para decidir qué quiere hacer el resto de su vida, y luego la presión del trabajo,… Que ese tiempo no es tiempo perdido, sino tiempo de vivencias y aprendizaje.
Sé que cualquier otro le hubiera dicho a ambos cosas como que estaban atravesando una crisis existencial, o la crisis de los 40 años, pero yo los entiendo, y cualquiera que les escuche los entendería, y les aplaudiría. ¿Por qué uno tiene que pretender a los 50 años lo mismo que cuando tenía veinte?
Y yo, a diario, hablo con personas que de verdad quieren mejorar su vida (y por extensión, la de sus familias), cada uno con sus circunstancias personales, profesionales y familiares diferentes. Algunos sé que se sienten muy agradecidos, aunque trato de explicarles que son ellos quienes se esfuerzan, y yo solo les oriento, a riesgo de equivocarme. Para mí, son ellos quienes despiertan mi admiración, mi ilusión por ayudarles a seguir peleando por que ellos cumplan sus sueños.
Hay un término anglosajón, SECOND ACT, que hace precisamente referencia a una segunda vida o segundo acto. Es decir, a lo que conocemos como reinventarse, cambiar de vida o tomar decisiones que van a modificar radicalmente la vida de las personas. Y, si lo pensamos bien, las personas podemos estar reinventándonos durante toda nuestra vida, en función de nuestros gustos y preferencias, de nuestras necesidades y prioridades. ¡Qué me lo digan a mí!
A vosotros, Fran y Miriam, y a todos lo que os levantáis por la mañana con ganas de comernos el mundo, y de mejorar nuestras vidas y la de nuestras familias, os deseo que consigáis aquello que os propongáis, que disfrutéis del camino hasta conseguirlo y que tengáis una feliz vida.
Gracias por leerme.
JF Rives.
(PD: mi más sincera admiración hacia todo el gremio de la docencia, y a todos los que luchan por mejorar sus vidas y las de los demás).
NOTA: Pueden leer el resto de artículos publicados en el Diario Información en: http://www.diarioinformacion.com/blogs/la-habitacion-de-los-recuerdos_1/ o pueden visitar mi página web LA HABITACIÓN DE LOS RECUERDOS en: www.lahabitaciondelosrecuerdos.com y mi página oficial de Facebook con el mismo nombre: https://www.facebook.com/lahabitaciondelosrecuerdos/
Simplemente genial!!
Me gustaLe gusta a 1 persona